Pulpos de Lego en el Atlántico
En
febrero de 1997, a veinte millas de la costa de Cornualles, el buque ‘Tokio
Express’ sufrió el brutal embate de una ola gigante, escoró hacia un flanco y
dejó caer sesenta y dos contenedores. Uno de ellos estaba cargado con 4,8
millones de piezas de Lego, entre las que, por un juguetón capricho del
destino, abundaban las de tema marino: acabaron en el Atlántico, por ejemplo,
4.200 pulpos de color negro, que se convirtieron en uno de los trofeos más
codiciados en cuanto las figuritas empezaron a arribar a la costa. Han pasado
más de veinte años y el litoral de Cornualles continúa recibiendo piezas en
estado prácticamente perfecto, que provocan las delicias de los residentes de
esta zona de Inglaterra pero, a la vez, sirven como demostración periódica del
potencial del plástico para contaminar el medio ambiente. Frente al suceso
perfectamente documentado que desencadenó este vertido multicolor, nos
encontramos con la desconcertante aparición de un muñeco gigante de Lego, en
2007, en una playa de los Países Bajos. Al año siguiente, se encontró otro en
el Reino Unido y el enigma se aclaró: el responsable es un huidizo artista
holandés que se hace llamar Ego Leonard. En estos años, nuevos colosos
sonrientes han visitado playas de Estados Unidos y Japón.
El misterio de los pies cortados
En
los últimos trece años, el mar ha arrojado a la costa de Columbia Británica
(Canadá) y Washington (EE UU) una veintena de pies humanos. La insólita
frecuencia de este fenómeno no se ha llegado a explicar, pero sí se ha logrado
identificar algunas de las extremidades como pertenecientes a personas que
presuntamente se habían suicidado o habían caído al mar. Según han destacado
varios expertos, muchos de estos pies están calzados con deportivas, que los
protegen y los mantienen a flote: en el último episodio, ocurrido en septiembre
del año pasado, las autoridades difundieron la imagen de una Nike Free RN de
color gris para ver si alguien lograba identificarla. También hay quienes
afirman que algunos de estos macabros hallazgos pueden tener que ver con los
tsunamis ocurridos al otro lado del Pacífico.
La moto Harley que atravesó un océano
Desde
luego, no sería la primera vez que el océano deposita en Canadá objetos que se
ha llevado de Japón. En 2012, un hombre que recorría en su todoterreno la isla
de Graham se topó con una Harley-Davidson Night Train que el mar había dejado
en una playa. Un representante de la marca logró localizar al propietario: se
trataba de Ikuo Yokoyama, un joven de la localidad japonesa de Yamamoto que
había perdido a su padre, a dos hermanos y buena parte de sus posesiones en el
tsunami del año anterior. La empresa se ofreció a reparar la motocicleta y
transportarla gratuitamente a Japón, pero Yokoyama prefirió donarla al museo
Harley-Davidson de Milwaukee, a modo de recuerdo de la tragedia. La distancia
entre Yamamoto y Graham ronda los 6.500 kilómetros.
El mar, un cartero lento pero preciso
De todas las historias preciosas sobre botellas con
mensaje arrojadas al mar, una de las más llamativas es la de Chunosuke
Matsuyama, un marinero japonés del siglo XVIII que naufragó junto a 43
compañeros en una isla del Pacífico. La tripulación completa pereció por falta
de agua, pero, antes de morir, Matsuyama lanzó al océano una botella con un
mensaje grabado en madera de árbol. Un recolector de algas lo halló siglo y
medio más tarde en las inmediaciones de Hiraturemura, el pueblo natal del
desventurado marinero. Este relato, con el mar como cartero lento pero preciso,
solo tiene una pega: más allá de su repetición a lo largo de los años, no
parecen existir muchas pruebas de que sea real.
(*) Artículo publicado en El Correo, de Bilbao, el 3 de mayo de 2020.