Ayer día del Señor Santiago, Patrono de España,
y también de Bilbao, fiesta en cinco comunidades autónomas y en algunas
ciudades, como Santander, vivimos en la Ría de Ajo una situación muy
comprometida de seguridad, por no decir de peligro real grave.
El reloj marcaba aproximadamente las 19.00
horas, la marea subía con mucha fuerza, a pesar de que el coeficiente era solo
de 68 (había llegado a 90 cuatro días antes), pero en el estrechamiento de la
ría que se forma por el saliente que hay entre el sitio de Santiago y el sitio
de Ciudad (en algunos planos Arnillas), por nuestro lado de la ría, y el brazo
de arena de la playa de La Arena (en la orilla de enfrente), el agua discurría
a gran velocidad, generando una corriente especialmente fuerte que arrastraba
todo.
Pues bien, a esa hora un numeroso grupo de
personas, tres o cuatro adultos, algún adolescente y seis niños, dos de ellos
subidos en un balsa de plástico dotada con un remo de pitiminí, pretendieron
pasar de la orilla izquierda (la de nuestro lado), al arenal de la orilla
derecha (Isla) donde estaban pasando el día con otros familiares (allí les
esperaban las madres de los niños, muy alarmadas y alguna muy vociferante) y
amigos, porque aprovechando la marea baja habían pasado enfrente y en ese
momento la fuerte corriente ascendente les impedía regresar.
Evidentemente se habían despistado con la hora,
o se había equivocado en el cálculo del tiempo que tenían hasta la subida de la
marea, o pensaban que vadear la ría sería fácil, o quizás que tenían fuerza
suficiente para luchar contra la corriente; sea como fuere, tras pasar un
primer tramo con menos altura del agua y menos fuerza de la corriente, se
habían estancado en una pequeña lengua de arena (una barra), con algo de elevación,
que hay a mitad del cauce, sin poder avanzar más; en muy poco tiempo estaban
literalmente con el agua al cuello en mitad de la ría, y ya sin poder progresar
ni retroceder.
No era una situación de riesgo vital inminente,
pero sí comprometida porque el peligro existía y era creciente, cada minuto que
pasaba el agua subía de nivel y la corriente cogía más fuerza, la seguridad de
los niños pequeños, incluso la de los que estaban a bordo de la endeble balsa, estaba
comprometida (sobre todo la de ellos).y si el agua les llegaba al cuello a los
adultos, los niños apenas hacían pie.
El intento de vadear el cauce, además, lo estaban
haciendo por el peor de los lugares, frente al límite del arenal en la zona de
Isla, con lo que, en el mejor de los casos, esto es, el éxito en el intento, cualquier
deriva originada por la fuerte corriente les habría desplazado a la zona de
rocas, muy difícil de escalar y, por tanto, muy difícil para salir del agua.
Las madres de los niños se movilizaron con
llamadas a gritos a los menores para que no cometieran imprudencias y bronca a
los padres por su irresponsabilidad y para que no perdieran la tensión, esos
gritos alertaron a algunos usuarios del arenal de Isla, los más avezados (E. S.,
I. y E.) se lanzaron al agua, y realizaron con eficacia la primera labor para facilitar
una evacuación segura: desplazarles ría abajo, contra la corriente, unas decenas
de metros, precisamente para no tener que luchar contra la corriente en la
evacuación, sino, al contrario, para dejarse llevar por la corriente y atravesarla
mediante una deriva trasversal a favor de corriente hasta el arenal de Isla,
antes de llegar a la zona de las rocas. Era la única solución lógica a juicio de
todos los que conocen la Ría de Ajo y están al día en los cambios de
configuración del terreno que todos los inviernos se producen por efecto de los
temporales.
Llevados los excursionistas imprudentes y desconocedores
del lugar al punto de rescate, se efectuó la extracción y traslado de quienes
necesitaban el auxilio (sobre todo los niños) … que se hizo en piragua: primero
cuatro niños, embarcándolos y trasladándolos uno a uno a tierra firme, y
finalmente los dos últimos subidos en su balsa que se ató a la piragua mediante
un cabo y esta la remolcó hasta el arenal. Los adolescentes y los mayores,
alguno con la ayuda de los veteranos pudieron salir por sus medios, con la
estrategia diseñada de atacar trasversalmente la corriente, dejándose arrastrar
con la misma, sin luchar frontalmente contra ella, e ir poco a poco acercándose
a la orilla, sobre todo contando con la contracorriente que se genera en la
zona en marea ascendente.
Finalizado este primer rescate, unos pocos minutos
después, se pudo observar una situación casi idéntica: en el mismo punto
inicial que en el caso anterior (en la parte más alta, al final del arenal)
cinco personas, una pareja con tres niños y la consabida balsita de pitiminí,
trataban de cruzar la ría y llegar al arenal de Isla, pero sin ninguna
esperanza de lograrlo.
Y hubo que repetir la operación rescate:
trasladar a los cinco hacía atrás, ría abajo, contra la corriente, y poco a
poco evacuar a los cinco con la piragua hasta tierra firme, primero una niña, después
la madre, que no sabía nadar (y que por poco hunde la piragua, porque la señora
estaba “hermosota”), después a los otros dos niños, y finalmente al padre, al
que, a la vista del complicado traslado de la madre, se le remolcó con un cabo
desde la piragua, finalmente la balsa, que podía haberse abandonado, fue recuperada
por E.S., excelente nadador, que se la ató al cuello y la arrastró a nado, con
gran pericia, hasta la arena.
La Ría de Ajo es peligrosa en todas las épocas del año, sobre todo cuando la gente imprudente no toma las precauciones oportunas en los momentos anteriores y posteriores a las pleamares, en especial en las mareas vivas.
Esta vez no ha pasado nada, salvo el rescate en piragua de 11 personas (9 de ellas niños), pero …
La Ría de Ajo es peligrosa en todas las épocas del año, sobre todo cuando la gente imprudente no toma las precauciones oportunas en los momentos anteriores y posteriores a las pleamares, en especial en las mareas vivas.
Esta vez no ha pasado nada, salvo el rescate en piragua de 11 personas (9 de ellas niños), pero …
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