Este último fin de semana ha llovido a
mares en “La Sorrozuela”, hasta se ha medio inundado el salón del Club Social,
por filtraciones en los ventanales que tienen orientación norte, y ha empezado
a hacer frío, mucho frio, pero los ratos en que ha escampado, pasear ha
resultado muy apetecible; el paisaje cantábrico otoñal tiene también su encanto
y en noviembre es la época del madroño, cuyos frutos están en sazón, así que se
ha podido hacer recolección de sus bayas.
Algunos pensábamos en nuestra infancia
que el madroño era un árbol, o un arbusto, abundante en Madrid, no en vano el
oso y el madroño son las figuras emblemáticas del escudo de la ciudad, pero
Madrid es, precisamente, una de las zonas de España donde no existen, porque
las condiciones climatológicas y ambientales no lo permiten; en Madrid ya no
hay actualmente (si alguna vez los ha habido), ni osos ni madroños, pero donde
si hay de los unos y de los otros es en Cantabria, los primeros cerca de “La
Sorrozuela” (en Cabárceno sin ir más lejos), y los segundos abundantemente
dentro de la urbanización, y en esta época del año, están para comérselos (los
madroños, no los osos), aunque, dicen, no hay que abusar, que los frutos del
madroño tienen un cierto contenido de alcohol.
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